Peregrinas en 2008
Fuente:
El País.com
Silvia R.Pontevedra.Santiago
30 mayo 2009
La primera mujer de la que se tiene constancia escrita que peregrinó a
Santiago
fue Jimena Garcés, que viajó, según los documentos, "per causa devotione",
acompañando a su marido, un tal Alfonso III El Magno, que venía, más que nada,
por intereses políticos. Jimena murió en el año 910, y estuvo en Compostela poco
antes. Los libros que hablan del Camino, sin embargo, citan como primer
peregrino de la historia a un cura, Godescalco, obispo de Le Puy, que recorrió
la ruta jacobea en el año 951. Los historiadores están de acuerdo en que el
francés fue el pionero porque fue el primero que entendió su peregrinaje como un
sacrificio y también porque no es lo mismo venir desde Le Puy que hacerlo, como
Jimena, desde Asturias, aunque los dos viajasen en mula.
De todas formas, seguro que antes que la esposa del último rey asturiano hubo
otras peregrinas anónimas de las que no ha quedado rastro. El tópico ese de que
las mujeres del Camino eran básicamente prostitutas y posaderas se ha venido
abajo. Hace poco más de un año, historiadores del Centro Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC) empezaron a buscar referencias de peregrinos
antiguos y se dieron cuenta de que cuanto más buceaban en los archivos más
nombres de mujeres caminantes aparecían. Desde la Edad Media hasta el siglo XIX,
que es el período que están abarcando los investigadores, "a Santiago
peregrinaron mujeres de toda condición, solas o en grupo con otras señoras, o
con sus maridos y sus hijos, o con su séquito completo", cuenta Carlos Andrés
González Paz, miembro de este equipo del CSIC y del comité organizador del
congreso Mujeres y peregrinación en la Galicia Medieval, que se celebra hasta
hoy en Santiago.
La primera caminante alemana conocida, a principios del siglo XII, se llamaba
Matilde; la primera flamenca, en 1125, Sofía de Holanda; la primera italiana, en
1190, Egidia. De ésta no se sabe si llegó, pero sí que salió, porque antes de
partir dejó todo bien dispuesto en su testamento, por temor a no regresar. El
peregrinaje, entonces, era necesariamente de ida y vuelta, los que no tenían
posibles vivían de la caridad, y muchos, y muchas, acabaron en una fosa común
por el Camino.
Hasta el peregrinaje más corto se hacía larguísimo. En 1801, una mujer de León
caminó a Santiago pasando primero por Oviedo, porque quería visitar la Catedral
de San Salvador. A la ida, sus circunstancias quedaron apuntadas en el hospital
ovetense de peregrinos: "26 años, un hijo, casada con un militar". Tres meses
después, al regreso, de nuevo por la misma ruta, volvieron a apuntar sus datos
en el mismo registro: "26 años, un hijo, viuda".
Y lo mismo que entre los hombres, había peregrinas profesionales, que hacían del
caminar su forma de vida, y mujeres de buena voluntad que, a cambio de dinero,
cumplían con la penitencia que otros habían ofrecido. También hubo falsas
peregrinas, como Catherine de Firbes, una curandera francesa que a finales del
siglo XIV fue detenida por convertir el Camino en su consulta particular.
Los investigadores del Instituto de Estudios Gallegos Padre Sarmiento, del CSIC,
se están topando con estas historias a medida que elaboran el Diccionario
Histórico de los Caminos de Santiago en Galicia, un proyecto puede que
interminable que seguramente se podrá consultar en internet a partir del Año
Santo 2010. "El diccionario será un organismo vivo. Iremos colgando
progresivamente las voces y sus fichas", adelanta González Paz. "Cuando publicas
algo en papel lo estás matando, porque lo cierras. Nosotros no sabemos hasta
dónde vamos a llegar... Sólo peregrinos, de momento, tenemos referenciados
28.000 hasta el siglo XIX".
Esta obra enclopédica combatirá el tópico: había muchas hembras peregrinas y
todas las que tienen nombre e historia aparecerán. Pero el diccionario también
dará cuenta de las meretrices y las mesoneras. En 1743, en O Cebreiro, la que
daba de comer era la vieja propietaria de una inmunda palloza. En su diario, el
peregrino napolitano Nicola Albani cuenta que hacía "sopa de nabos". Es uno de
los primeros testimonios escritos del caldo gallego.
fue Jimena Garcés, que viajó, según los documentos, "per causa devotione",
acompañando a su marido, un tal Alfonso III El Magno, que venía, más que nada,
por intereses políticos. Jimena murió en el año 910, y estuvo en Compostela poco
antes. Los libros que hablan del Camino, sin embargo, citan como primer
peregrino de la historia a un cura, Godescalco, obispo de Le Puy, que recorrió
la ruta jacobea en el año 951. Los historiadores están de acuerdo en que el
francés fue el pionero porque fue el primero que entendió su peregrinaje como un
sacrificio y también porque no es lo mismo venir desde Le Puy que hacerlo, como
Jimena, desde Asturias, aunque los dos viajasen en mula.
De todas formas, seguro que antes que la esposa del último rey asturiano hubo
otras peregrinas anónimas de las que no ha quedado rastro. El tópico ese de que
las mujeres del Camino eran básicamente prostitutas y posaderas se ha venido
abajo. Hace poco más de un año, historiadores del Centro Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC) empezaron a buscar referencias de peregrinos
antiguos y se dieron cuenta de que cuanto más buceaban en los archivos más
nombres de mujeres caminantes aparecían. Desde la Edad Media hasta el siglo XIX,
que es el período que están abarcando los investigadores, "a Santiago
peregrinaron mujeres de toda condición, solas o en grupo con otras señoras, o
con sus maridos y sus hijos, o con su séquito completo", cuenta Carlos Andrés
González Paz, miembro de este equipo del CSIC y del comité organizador del
congreso Mujeres y peregrinación en la Galicia Medieval, que se celebra hasta
hoy en Santiago.
La primera caminante alemana conocida, a principios del siglo XII, se llamaba
Matilde; la primera flamenca, en 1125, Sofía de Holanda; la primera italiana, en
1190, Egidia. De ésta no se sabe si llegó, pero sí que salió, porque antes de
partir dejó todo bien dispuesto en su testamento, por temor a no regresar. El
peregrinaje, entonces, era necesariamente de ida y vuelta, los que no tenían
posibles vivían de la caridad, y muchos, y muchas, acabaron en una fosa común
por el Camino.
Hasta el peregrinaje más corto se hacía larguísimo. En 1801, una mujer de León
caminó a Santiago pasando primero por Oviedo, porque quería visitar la Catedral
de San Salvador. A la ida, sus circunstancias quedaron apuntadas en el hospital
ovetense de peregrinos: "26 años, un hijo, casada con un militar". Tres meses
después, al regreso, de nuevo por la misma ruta, volvieron a apuntar sus datos
en el mismo registro: "26 años, un hijo, viuda".
Y lo mismo que entre los hombres, había peregrinas profesionales, que hacían del
caminar su forma de vida, y mujeres de buena voluntad que, a cambio de dinero,
cumplían con la penitencia que otros habían ofrecido. También hubo falsas
peregrinas, como Catherine de Firbes, una curandera francesa que a finales del
siglo XIV fue detenida por convertir el Camino en su consulta particular.
Los investigadores del Instituto de Estudios Gallegos Padre Sarmiento, del CSIC,
se están topando con estas historias a medida que elaboran el Diccionario
Histórico de los Caminos de Santiago en Galicia, un proyecto puede que
interminable que seguramente se podrá consultar en internet a partir del Año
Santo 2010. "El diccionario será un organismo vivo. Iremos colgando
progresivamente las voces y sus fichas", adelanta González Paz. "Cuando publicas
algo en papel lo estás matando, porque lo cierras. Nosotros no sabemos hasta
dónde vamos a llegar... Sólo peregrinos, de momento, tenemos referenciados
28.000 hasta el siglo XIX".
Esta obra enclopédica combatirá el tópico: había muchas hembras peregrinas y
todas las que tienen nombre e historia aparecerán. Pero el diccionario también
dará cuenta de las meretrices y las mesoneras. En 1743, en O Cebreiro, la que
daba de comer era la vieja propietaria de una inmunda palloza. En su diario, el
peregrino napolitano Nicola Albani cuenta que hacía "sopa de nabos". Es uno de
los primeros testimonios escritos del caldo gallego.