Codex Calixtinus

"Todos los pueblos irán en peregrinación hasta la consumación de los siglos"

miércoles, 23 de marzo de 2011

En Galicia no hay señales del escriba





Me pregunto si estoy cumpliendo con los preceptos que un buen peregrino debe saber. Voy ligera de equipaje, sin lastres. Me he desprendido de todos los diálogos inconclusos y proyectos que no tienen futuro. En mi hatillo sólo guardo experiencias nuevas y las imágenes de una buena reflexión. Sin embargo, no me acostumbro a la ausencia de Belit-Seri, aunque hasta ahora haya hecho mi camino en soledad. Una soledad amable, que atempera los silencios con el sonido íntimo de la naturaleza, el eco de los que la habitan, las huellas de quienes pasaron; pero no hay señales del Escriba, y me surgen también las dudas de si ha estado alguna vez aquí.

En el Acebo dije adiós a Asturias, y desde entonces me abandonó la soledad. Galicia me recibe con un trasiego de peregrinos con prisas, que me hace añorar la tranquilidad pasada. Acepto el reto del camino, y éste se me hace fácil cuando me adapto a sus propuestas.

Me lleva por sendas de tierra y piedra, suaves pendientes y llanos, tramos, corredoiras, hacia pequeñas aldeas. Me encuentro con bosques de robles y hayas, con el frescor de los valles y colinas, todo un paraíso de tonalidades verdes. Al contacto intenso con esa naturaleza se enfrenta la admiración por el trabajo del hombre, hórreos de piedra y madera, capillas, iglesias y monasterios.

Pasado Arzúa siento ya cerca Compostela. Muchas han sido las tierras andadas, los límites cruzados y los horizontes dejados atrás. La incognita de Belit-Seri sigue existiendo. Su silencio parece haberle condenado a una peregrinación errante, perdido en la leyenda de su propio nombre. Siempre ha sido así, ha hecho un misterio de su vida desde que abandonó las tierras luminosas del sur. Quizás no es Santiago la meta escogida por él, quizás no ha dejado de ser aquel guerrero que luchaba contra sus nostalgias. La respuesta no está en saber quién es peregrino en el Camino, sino aceptar las diversas maneras de vivirlo y apreciarlo como tal.

Desde Arzúa son unos cuarenta kilómetros hasta llegar al Apóstol. Dejo este lugar sin pena, poco hay ya que me detenga. Vuelvo al camino de nuevo; terrenos cultivados, prados, sendas de tierra y asfalto, pequeñas subidas y bajadas que salvo sin muchos esfuerzos. Mañana, cuando el cansancio haya desaparecido, me encontraré con su generosidad, la generosidad de un camino pródigo, para de nuevo sentir en mi piel el aire y la luz y pisar el rocio del alba. Después en la Catedral habré cumplido todos los preceptos que un peregrino debe saber y Santiago me estará esperando.